Había una vez un mercader que debiendo emprender un largo viaje, preguntó a sus tres hijas qué regalos querían que les trajera a su regreso. Las dos mayores pidieron vestidos y joyas, y la menor, llamada Bella, que era la preferida del padre, pidió solamente una rosa.
Solventados sus asuntos, cuando ya había emprendido el viaje de vuelta, el mercader se perdió por la noche en un bosque. Nevaba, y el viento era tan fuerte, que hacía la marcha fatigosa; pero de repente vio brillar una luz entre los árboles: se dirigió hacía allí y se encontró ante un palacio profusamente iluminado. Entró en él, y después de atravesar varios salones completamente desiertos, llegó a una habitación donde había una mesa dispuesta llena de manjares. Como estaba hambriento, se sentó y comió con buen apetito. Satisfecha esa necesidad, pasó a otra habitación, a la que encontró preparada una cama; al verla, sin más preámbulos, se acostó en ella y se quedo dormido.
A la mañana siguiente, el mercader despertó cuando el sol estaba ya alto, y junto al lecho, vio, en vez de su traje desgastado, un hermosísimo y flamante vestido. Se lo puso, y luego de tomar el almuerzo que encontró preparado, salió de la hospitalaria morada; pero al atravesar el jardín, vio un rosal florecido, y acordándose entonces del deseo de Bella, cogió la rosa.
Apenas la había cortado, cuando la tierra tembló de un modo espantoso, y una horrible bestia apareció ante el asustado mercader.
-¡Ingrato! - exclamó la bestia.- ¡Te he hospedado en mi castillo, y tú como único agradecimiento, despojas el rosalque estimo más que a mi propia vida! En castigo morirás.
El pobre hombre, temblando, suplico a la bestia que lo perdonara, y le contó que había cogido la rosa para una de sus hijas.
-Te perdono - contestó el monstruo,- con la condición de que me traigas aquí a esa hija.
El viejo adoraba a Bella; mas a pesar suyo, tuvo que llevarla al castillo del bosque y dejarla allí a merced del monstruo. La doncella estaba segura de que este la devoraría, pero se asombró mucho cuando vio que la trataba con todo miramiento y que procuraba que nada le faltase, anticipándose a sus menores deseos.
Todas las tardes el monstruo iba a visitarla y se entretenía a conversar con ella. Así, poco a poco, casi sin darse cuenta, Bella se aficiono a la Bestia hasta el punto de no poder estar mucho tiempo sin su compañía.
En la habitación que la doncella tenía en el castillo, había un espejo que reflejaba claramente todo cuanto sucedía en la casa del mercader, y Bella, de vez en cuando, miraba allí para estar informada de la suerte de sus seres queridos.
Una noche, vio en el espejo que su padre estaba gravemente enfermo, y llorando suplico al monstruo que le permitiese ir a su casa por algunos días.
La Bestia, después de recomendarle que volviese al cabo de una semana, la dejo ir.
El mercader con la alegría de volver a abrazar a su hija predilecta, curó.
Los días pasaron volando para la joven en la casa paterna y termino la semana sin que se diese cuenta de ello, pero una noche, soñó que la Bestia estaba muriéndose y la llamaba desesperadamente. Atemorizada y llena de remordimientos, se despertó y partió al instante para la casa del bosque, donde encontró a la Bestia en el jardín, tendida junto al rosal y sin sentido.
La doncella, llorando, lo abrazó, y entre sollozos le dijo:
-No te mueras, no te mueras; si te curas, me casaré contigo.
Apenas había acabado de pronunciar estas palabras, cuando la Bestia, dando un salto, se transformo en un bellísimo príncipe, que agradeció a la doncella el haber puesto fin con aquellas palabras al encantamiento a que había sido sometido por una malvada bruja.
Después la llevo a su reino, donde el matrimonio se celebró con gran pompa, los esposos vivieron felices y contentos durante largos años.
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