Existió en tiempos antiguos un hombre riquísimo, que tenia una larga barba azul. Casado una después de otra, con varias mujeres, todas ellas habían desaparecido misteriosamente, sin que nadie hubiera vuelto a saber de ellas. Por último viudo otra vez se enamoro de una doncella de la región y la pidió en matrimonio. Las bodas se celebraron con gran pompa, y los esposos vivieron en paz y felices durante un mes. Pasado este tiempo, Barba Azul se despidió de su mujer: tenía que partir por un largo viaje y le dejaba las llaves de todo el castillo, que ella podía visitar a su antojo, desde los sótanos hasta los desvanes. Solamente no podía entrar nunca, bajo ningún pretexto, en una habitación situada al fondo del corredor central. La mujer prometió obedecer, y Barba Azul partió.
Al quedarse sola, la mujer castellana comenzó a recorrer la casa y descubrió por todas partes objetos de valor y obras de arte; pero nada la divertía. Siempre pensaba en la prohibición de su marido. Por fin, no pudo resistir más la curiosidad, abrió la puerta de la misteriosa estancia y entro en ella. Lo que vio la llenó de terror. El pavimento estaba manchado de sangre, y contra la pared, se hallaban apoyados los cuerpos de las anteriores mujeres de Barba Azul, a las que el había matado. En la prisa por escapar de aquel terrible espectáculo, dejó caer al suelo la llave de la habitación, que se mancho de sangre. En vano intentó borrar aquellas manchas reveladoras: cuanto más las lavaba, más parecían advertirse en el brillante metal de la llave que tenía en la mano.
Cuando Barba Azul regresó, la desgraciada se vio obligada a devolverle el manojo de llaves, y él se dio cuenta en seguida de las manchas que tenía la llave de la habitación prohibida. Comprendió que su mujer lo había desobedecido y le dijo con voz irritada:
-Por haber entrado a pesar de mi prohibición en aquella estancia, también tú morirás, como murieron las mujeres que has visto.
No valieron súplicas ni lágrimas: fue inexorable. Entonces la joven, para ganar tiempo, le pidió que aplazara su decisión de matarla para poder recitar sus oraciones, y habiéndolo obtenido así, llamó a su hermana, que estaba pasando una temporada con ella.
-Mi querida Ana - le dijo, - sube a la torre más alta del castillo y mira si vienen nuestros hermanos.
Ana obedeció, pero no veía nada: ante ella, se extendía la llanura soleada y desierta.
- Ana, hermana mía, ¿no ves venir a nadie? - preguntaba a cada instante la desgraciada.
Ana, por mucho que aguzaba la vista, nada podía ver; pero de pronto, vio a lo lejos una ligera nube de polvo, que iba creciendo a medida que se aproximaba.
- ¡Son nuestros hermanos! - gritó. - ¡Los veo! Vienen corriendo hacia nosotras.
Precisamente en aquel momento, Barba Azul, cansado de esperar, llamo a su mujer con un grito tan horrible, que el castillo tembló hasta sus cimientos, y la desgraciada se vio obligada a acudir a su llamada. El marido la cogió entonces por la larga cabellera y levanto la mano que blandía la espada... En aquel instante, sus dos jóvenes hermanos irrumpieron en la habitación, y al ver lo que ocurría, desenvainaron las espadas, que arrojaron sobre el cruel castellano y lo mataron.
viernes, 15 de enero de 2010
Barba azul
Barba azul
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