sábado, 19 de febrero de 2011

La zorra y las uvas


Había una vez una zorra que llevaba casi una semana sin comer, había tenido muy mala suerte, le robaban las presas y el gallinero que encontró tenía un perro guardián muy atento y un amo rápido en acudir con la escopeta.
Ciertamente estaba muertecita de hambre cuando encontró unas parras silvestres de las que colgaban unos suculentos racimos de doradas uvas, debajo de la parra había unas piedras, como protegiéndolas.—Al fin va a cambiar mi suerte, —pensó relamiéndose—, parecen muy dulces. Se puso a brincar, intentando alcanzarlos, pero se sentía muy débil, sus saltos se quedaban cortos los racimos estaban muy altos y no llegaba. Así que se dijo: —Para que perder el tiempo y esforzarme, no las quiero, no están maduras.
Pero resulta que si la zorra hubiese trepado por las piedras parándose en dos patas hubiese alcanzado los racimos, esta vez le faltó algo de astucia a doña zorra, parece ser que el hambre no la deja pensar.
MORALEJA:


Hay que esforzarse para conseguir lo que se desea pero pensando primero que es lo que queremos y como conseguirlo, no sea que nos pongamos a dar brincos cuando lo que necesitamos es estirarnos, y perdamos el tiempo y el esfuerzo.

El avariento




Cierto hombre avaro vendió cuanto poseía y convirtió su precio en oro, el cual enterró en un lugar oculto; y teniendo todo su ánimo y su pensamiento puesto puesto en el tesoro, iba diariamente a visitarlo, lo que observado por otro hombre fue a aquel sitio, desenterró el oro y se lo llevó.
Cuando el avaro vino según costumbre a visitar su tesoro, vio desenvuelta la tierra, y que lo habían robado, se puso a llorar y a arrancarse los cabellos. Uno que pasaba viendo los extremos que hacía aquel hombre, se llegó a él, y después de informarse de la causa de su dolor, le dijo: ¿Por qué te entristeces tanto por haber perdido un oro que tenías como si no lo poseyeras? Toma una piedra y entierrala, figurándote que es oro, una vez que tanto te servirá ella como te servía ese oro que nunca hacías uso.



viernes, 18 de febrero de 2011

Enna la vaquita feliz (Mapy)

(Autora Mapy )

Era un hermoso día de primavera, el valle amaneció de un verde intenso con los pastos más frescos de toda la región, Enna hacía rato que se había levantado y correteaba por ellos cantando y de vez en cuando dándoles enormes bocados.

Nuestra amiga era una vaquita muy simpática y cariñosa con unos enormes ojazos castaños y el corazón igual de grande, siempre estaba alegre y siempre tenía una palabra amable para quien la necesitase, todos los animalitos del valle le tenían mucho cariño especialmente los de la granja donde ella vivía.

Petunia la conejita y Blanca la patita eran sus dos grandes amigas, estas eran muy coquetas y tenían unos cuerpecitos muy delgados y toda la ropa les quedaba muy bien. Siempre estaban las tres juntas, pero a diferencia de ellas Enna era algo rollicita y vestía con ropas muy holgadas.

Los animalitos de la granja se reunían todas las tardes para que Enna les contara historias, ya que las contaba muy bien y conocía muchísimas, les cantara pues tenía una preciosa voz o solamente por el placer de su compañía.

Enna era muy feliz y contagiaba de su felicidad a todo el que estuviera cerca de ella.

Pero cuando Enna llegaba a casa no todo era alegría, ella nunca se lo había confesado a nadie, sin embargo al mirarse al espejo cómo hubiera deseado tener los cuerpecitos de sus amigas y que la ropa le quedara tan bien como a ellas, esto la ponía algo triste pero nunca quiso que nadie se preocupara y se lo guardaba para ella.

A mediados de mes pasó por la granja un semental imponente, era un caballo que iba a correr una importantísima carrera y todos los días galopaba varias horas con sus crines al viento dejando admiradas a todas las animalitas del valle.

Enna se hizo muy amiga de él y como sólo iba a estar unos días con ellos se atrevió a contarle su secreto, Iván que así se llamaba el caballo, le confesó una cosa.

- Enna como me caes muy bien te contaré un secreto que debe quedar entre tú y yo.

- Te lo prometo Iván – le dijo Enna - .

- Bien, más allá del valle escondido en un profundo barranco existe una planta llamada cornilo, no te podrás confundir pues es de un intensísimo color naranja, tienes que comer cien de ellas al día, durante tres días después caerás en un profundo sueño del que despertarás al cabo de una semana y tus problemas habrán terminado.

Enna se puso muy contenta al oír aquello y se preparó para emprender el viaje diciendo a sus amigos que tenía a una tía enferma y se iba por un tiempo, todos se pusieron tristes por su marcha pero le desearon que fuera todo bien y que volviera pronto.

Al día siguiente Enna partió, el viaje fue duro pero por cada pueblecito o granja que pasaba los animales al tratarla enseguida le cogían cariño y la colmaban de atenciones.

Detrás suya fue dejando a animalitos que le cogieron gran afecto.

Por fin llegó el día, desde lo alto del barranco pudo ver un manto de un naranja como el fuego al fondo, el conjunto resaltaba con preciosos destellos, Enna se quedó unos segundos hipnotizada por la belleza.

Cuando se repuso bajó con mucho cuidado, pues era bastante profundo y de difícil acceso, llegó tras varios minutos y arrancó la primera cornilo, parecía una alcachofa pero del centro brotaban tres pequeñitas florecillas blancas, se la comió con algo de recelo pero para su sorpresa estaba gustosa así siguió y siguió hasta comerse bastantes, descansaría un tiempo y volvería a empezar hasta completar las cien del día.

Así estuvo los dos días siguientes y al terminar la última planta, cayó en un profundísimo sueño.

Despertó una semana después con una sed inmensa caminó un poco y oyó el sonido del agua al correr, al doblar un recodo allí se encontraba un río de aguas cristalinas se acercó rápidamente a beber y cuando lo hubo hecho se fijó en el reflejo que le devolvía el agua, ¡ qué sorpresa! la vaquita que le devolvía la mirada estaba muy delgada y era muy bonita, dio saltos de alegría, mirándose una y otra vez, lo había conseguido.

Reemprendió el camino de vuelta pensando en la ropa nueva que se compraría, pasando otra vez por las mismas granjas por las que pasara antes.

Pero al irse los animalitos no se quedaron tan apenados como antes Enna había perdido algo más que los kilitos que le sobraban.

Por el último pueblecito que pasó antes de llegar a su querida granja compró vestidos muy bonitos que le quedaban de maravilla.

Así muy guapa y tiposa llegó a su hogar, los animalitos al verla se quedaron sorprendidos , ¡ qué guapa estás! le decían; sus amiguitas corrieron a su encuentro contentísimas de verla tan bien y se abrazaron muy felices.

Varias semanas después la granja ya no era la misma, no se respiraba alegría y felicidad por todos lados, los animalitos estaban distraídos y tristes. Enna siempre estaba muy cansada, no tenía ganas ni de cantar ni de contar historias, su semblante siempre estaba serio y se encerraba en casa días enteros sólo para dormir.

La situación ya no se podía aguantar más y Rocky el ratoncito, que tenía fama de decir todo sin tapujos, tomó las riendas y se acercó a casa de nuestra vaquita; tocó varias veces la puerta hasta que Enna abrió y habló claramente con ella.

- Enna te voy a ser sincero – le dijo – ahora estarás muy delgada y quizás incluso tú te encuentres más guapa. Pero para nosotros y especialmente para mí no había otra Enna más bella que la que nos dejó hace varias semanas y todos queremos que ella vuelva, la necesitamos.

Rocky se fue y Enna se quedó un buen rato pensativa.

Pasaron dos semanas, después de la charla de Rocky con Enna y nadie la había vuelto a ver más. Cuando de pronto del valle llegó un sonido muy querido y familiar, Enna la Enna de siempre la que todos querían y echaban tanto de menos se acercaba por el camino con su túnica al viento su hermosa voz resonando en el aire y su inmensa alegría colándose por cada rincón.

Los animalitos corrieron a su encuentro y desde ese día volvió la felicidad a inundar la granja.

Tres días más tarde se unió un nuevo miembro al lugar, Feder un apuesto toro que venía de un lejano valle; todas las vaquitas de la granja nada más verlo estuvieron loquitas por él y le colmaban de atenciones, pero Feder sólo tenía ojos para una.

Nada más llegar le había atraído como un imán aquella vaquita que sin hacer otra cosa que ser ella misma lograba que te sintieras bien contigo mismo y con todo lo que te rodeaba.

Y así sin poderlo ocultar por más tiempo se lo confesó a Enna, le pidió que fuera su compañera para siempre; al principio Enna pensó que era una broma, él tan guapo y agradable se lo pedía a ella, una vaquita corriente cuando todas las demás mucho más atractivas, delgadas y guapas estaban coladas por él.

- ¿Porqué yo?, no lo entiendo si tienes a Marga, Felisa, Roberta y a Coral coladitas por ti –le dijo-

Pero Feder le hizo ver la realidad:

- Para mí no existe vaquita más hermosa que tú Enna – le respondió – sólo tú eres capaz de iluminar hasta el día más triste a tu paso.

Y Enna comprendió, comprendió que no importa tener algunos kilos de más que no importa ser un ser común y corriente, que si te muestras como eres siempre habrá alguien que te quiera y aprecie, porque al fin y al cabo así eres tú, irrepetible, y eso queridos míos es más que suficiente.

Si la granja era un rinconcito ideal para vivir, después de la unión de Enna y Feder fue el lugar más maravilloso que jamás nadie pudiese recordar.

Pedrito y el lobo


Érase una vez un pequeño pastor que se pasaba la mayor parte de su tiempo paseando y cuidando de sus ovejas en el campo de un pueblito. Todas las mañanas, muy tempranito, hacía siempre lo mismo. Salía a la pradera con su rebaño, y así pasaba su tiempo. Muchas veces, mientras veía pastar a sus ovejas, él pensaba en las cosas que podía hacer para divertirse.

Como muchas veces se aburría, un día, mientras descansaba debajo de un árbol, tuvo una idea. Decidió que pasaría un buen rato divirtiéndose a costa de la gente del pueblo que vivía por allí cerca. Se acercó y empezó a gritar:

- ¡Socorro, el lobo! ¡Qué viene el lobo!

La gente del pueblo cogió lo que tenía a mano, y se fue a auxiliar al pobre pastorcito que pedía auxilio, pero cuando llegaron allí, descubrieron que todo había sido una broma pesada del pastor, que se deshacía en risas por el suelo. Los aldeanos se enfadaron y decidieron volver a sus casas.

Cuando se habían ido, al pastor le hizo tanta gracia la broma que se puso a repetirla. Y cuando vio a la gente suficientemente lejos, volvió a gritar:

- ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo!


La gente, volviendo a oír, empezó a correr a toda prisa, pensando que esta vez sí que se había presentado el lobo feroz, y que realmente el pastor necesitaba de su ayuda. Pero al llegar donde estaba el pastor, se lo encontraron por los suelos, riéndose de ver cómo los aldeanos habían vuelto a auxiliarlo. Esta vez los aldeanos se enfadaron aún más, y se marcharon terriblemente enfadados con la mala actitud del pastor, y se fueron enojados con aquella situación.

A la mañana siguiente, mientras el pastor pastaba con sus ovejas por el mismo lugar, aún se reía cuando recordaba lo que había ocurrido el día anterior, y no se sentía arrepentido de ninguna forma. Pero no se dio cuenta de que, esa misma mañana se le acercaba un lobo. Cuando se dio media vuelta y lo vio, el miedo le invadió el cuerpo. Al ver que el animal se le acercaba más y más, empezó a gritar desesperadamente:

- ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo! ¡Qué se va a devorar todas mis ovejas! ¡Auxilio!

Pero sus gritos han sido en vano. Ya era bastante tarde para convencer a los aldeanos de que lo que decía era verdad. Los aldeanos, habiendo aprendido de las mentiras del pastor, de esta vez hicieron oídos sordos.

¿Y lo qué ocurrió? Pues que el pastor vio como el lobo se abalanzaba sobre sus ovejas, mientras él intentaba pedir auxilio, una y otra vez:

- ¡Socorro, el lobo! ¡El lobo!

Pero los aldeanos siguieron sin hacerle caso, mientras el pastor vio como el lobo se comía unas cuantas ovejas y se llevaba otras tantas para la cena, sin poder hacer nada, absolutamente. Y fue así que el pastor reconoció que había sido muy injusto con la gente del pueblo, y aunque ya era tarde, se arrepintió profundamente, y nunca más volvió burlarse ni a mentir a la gente.

Raton de campo , raton de ciudad


Érase una vez un ratón que vivía en una humilde madriguera en el campo. Allí, no le hacía falta nada. Tenía una cama de hojas, un cómodo sillón, y flores por todos los lados. Cuando sentía hambre, el ratón buscaba frutas silvestres, frutos secos y setas, para comer. Además, el ratón tenía una salud de hierro. Por las mañanas, paseaba y corría entre los árboles, y por las tardes, se tumbaba a la sombra de algún árbol, para descansar, o simplemente respirar aire puro. Llevaba una vida muy tranquila y feliz.

Un día, su primo ratón que vivía en la ciudad, vino a visitarle. El ratón de campo le invitó a comer sopa de hierbas. Pero al ratón de la ciudad, acostumbrado a comer comidas más refinadas, no le gustó. Y además, no se habituó a la vida de campo. Decía que la vida en el campo era demasiado aburrida y que la vida en la ciudad era más emocionante. Acabó invitando a su primo a viajar con él a la ciudad para comprobar que allí se vive mejor. El ratón de campo no tenía muchas ganas de ir, pero acabó cediendo ante la insistencia del otro ratón.

Nada más llegar a la ciudad, el ratón de campo pudo sentir que su tranquilidad se acababa. El ajetreo de la gran ciudad le asustaba. Había peligros por todas partes. Había ruidos de coches, humos, mucho polvo, y un ir y venir intenso de las personas. La madriguera de su primo era muy distinta de la suya, y estaba en el sótano de un gran hotel. Era muy elegante: había camas con colchones de lana, sillones, finas alfombras, y las paredes eran revestidas. Los armarios rebosaban de quesos, y otras cosas ricas. En el techo colgaba un oloroso jamón. Cuando los dos ratones se disponían a darse un buen banquete, vieron a un gato que se asomaba husmeando a la puerta de la madriguera. Los ratones huyeron disparados por un agujerillo.

Mientras huía, el ratón de campo pensaba en el campo cuando, de repente, oyó gritos de una mujer que, con una escoba en la mano, intentaba darle en la cabeza con el palo, para matarle. El ratón, más que asustado y hambriento, volvió a la madriguera, dijo adiós a su primo y decidió volver al campo lo antes que pudo. Los dos se abrazaron y el ratón de campo emprendió el camino de vuelta. Desde lejos el aroma de queso recién hecho, hizo que se le saltaran las lágrimas, pero eran lágrimas de alegría porque poco faltaba para llegar a su casita. De vuelta a su casa el ratón de campo pensó que jamás cambiaría su paz por un montón de cosas materiales

La bella durmiente


Hace muchos años, en un reino lejano, una reina dio a luz una hermosa niña.
Para la fiesta del bautizo, los reyes invitaron a todas las hadas del reino pero, desgraciadamente, se olvidaron de invitar a la más malvada.

Aunque no haya sido invitada, la hada maligna se presentó al castillo y, al pasar delante de la cuna de la pequeña, le puso un maleficio diciendo: " Al cumplir los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás". Al oír eso, un hada buena que estaba cerca, pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: "Al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecerá dormida durante cien años y sólo el beso de un buen príncipe la despertará."

Pasaron los años y la princesita se convirtió en una muchacha muy hermosa. El rey había ordenado que fuesen destruidos todos los husos del castillo con el fin de evitar que la princesa pudiera pincharse. Pero eso de nada sirvió. Al cumplir los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar desconocido del castillo y allí se encontró con una vieja sorda que estaba hilando. La princesa le pidió que le dejara probar. Y ocurrió lo que el hada mala había previsto: la princesa se pinchó con el huso y cayó fulminada al suelo.

Después de variadas tentativas nadie consiguió vencer el maleficio y la princesa fue tendida en una cama llena de flores. Pero el hada buena no se daba por vencida. Tuvo una brillante idea. Si la princesa iba a dormir durante cien años, todos del reino dormirían con ella. Así, cuando la princesa despertarse tendría todos a su alrededor. Y así lo hizo. La varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron. En el castillo todo había enmudecido. Nada se movía, ni el fuego ni el aire. Todos dormidos.

Alrededor del castillo, empezó a crecer un extraño y frondoso bosque que fue ocultando totalmente el castillo en el transcurso del tiempo. Pero al término del siglo, un príncipe, que estaba de caza por allí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el castillo.

El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa. Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio algo... Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban muertos. Luego se tranquilizó al comprobar que sólo estaban dormidos. "¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero fue en vano.

Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se despertó y abrió los ojos, despertando del larguísimo sueño. Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: “¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado". El encantamiento se había roto.

La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento todo el castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.

Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de música y de alegres risas con motivo de la boda.

El mago de Oz


Dorita era una niña que vivía en una granja de Kansas con sus tíos y su perro Totó. Un día, mientras la niña jugaba con su perro por los alrededores de la casa, nadie se dio cuenta de que se acercaba un tornado. Cuando Dorita lo vio, intentó correr en dirección a la casa, pero su tentativa de huida fue en vano. La niña tropezó, se cayó, y acabó siendo llevada, junto con su perro, por el tornado. Los tíos vieron desaparecer en cielo a Dorita y a Totó, sin que pudiesen hacer nada para evitarlo. Dorita y su perro viajaron a través del tornado y aterrizaron en un lugar totalmente desconocido para ellos. Allí, encontraron unos extraños personajes y un hada que, respondiendo al deseo de Dorita de encontrar el camino de vuelta a su casa, les aconsejaron a que fueran visitar al mago de Oz. Les indicaron el camino de baldosas amarillas, y Dorita y Totó lo siguieron.


En el camino, los dos se cruzaron con un espantapájaros que pedía, incesantemente, un cerebro. Dorita le invitó a que la acompañara para ver lo que el mago de Oz podría hacer por él. Y el espantapájaros aceptó. Más tarde, se encontraron a un hombre de hojalata que, sentado debajo de un árbol, deseaba tener un corazón. Dorita le llamó a que fuera con ellos a consultar al mago de Oz. Y continuaron en el camino. Algún tiempo después, Dorita, el espantapájaros y el hombre de hojalata se encontraron a un león rugiendo débilmente, asustado con los ladridos de Totó. El león lloraba porque quería ser valiente. Así que todos decidieron seguir el camino hacia el mago de Oz, con la esperanza de hacer realidad sus deseos.

Cuando llegaron al país de Oz, un guardián les abrió el portón, y finalmente pudieron explicar al mago lo que deseaban. El mago de Oz les puso una condición: primero tendrían que acabar con la bruja más cruel de reino, antes de ver solucionados sus problemas. Ellos los aceptaron. Al salir del castillo de Oz, Dorita y sus amigos pasaron por un campo de amapolas y ese intenso aroma les hizo caer en un profundo sueño, siendo capturados por unos monos voladores que venían de parte de la mala bruja. Cuando despertaron y vieron a la bruja, lo único que se le ocurrió a Dorita fue arrojar un cubo de agua a la cara de la bruja, sin saber que eso era lo que haría desaparecer a la bruja. El cuerpo de la bruja se convirtió en un charco de agua, en un pis-pas.

Rompiendo así el hechizo de la bruja, todos pudieron ver como sus deseos eran convertidos en realidad, excepto Dorita. Totó, como era muy curioso, descubrió que el mago no era sino un anciano que se escondía tras su figura. El hombre llevaba allí muchos años pero ya quería marcharse. Para ello había creado un globo mágico. Dorita decidió irse con él. Durante la peligrosa travesía en globo, su perro se cayó y Dorita saltó tras él para salvarle. En su caída la niña soñó con todos sus amigos, y oyó cómo el hada le decía: - Si quieres volver, piensa: “en ningún sitio se está como en casa”. Y así lo hizo. Cuando despertó, oyó gritar a sus tíos y salió corriendo. ¡Todo había sido un sueño! Un sueño que ella nunca olvidaría... ni tampoco sus amigos.