sábado, 10 de abril de 2010

Peter Pan


El cuento de Peter Pan.

Erase una vez 3 niños llamados Wendy, Michael y John eran tres hermanos que vivían en las afueras de Londres. Wendy, la mayor, había contagiado a sus hermanitos su admiración por Peter Pan.

Todas las noches les contaba a sus hermanos las aventuras de Peter. Una noche, cuando ya casi dormían, vieron una lucecita moverse por la habitación.

Era Campanilla, el hada que acompaña siempre a Peter Pan, y el mismísimo Peter. Éste les propuso viajar con él y con Campanilla al País de Nunca Jamás, donde vivían los Niños Perdidos... - Campanilla os ayudará. Basta con que os eche un poco de polvo mágico para que podáis volar.

Cuando ya se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter les señaló: - Es el barco del Capitán Garfio. Tened mucho cuidado con él. Hace tiempo un cocodrilo le devoró la mano y se tragó hasta el reloj. ¡Qué nervioso se pone ahora Garfio cuando oye un tic-tac!

Campanilla se sintió celosa de las atenciones que su amigo tenía para con Wendy, así que, adelantándose, les dijo a los Niños Perdidos que debían disparar una flecha a un gran pájaro que se acercaba con Peter Pan. La pobre Wendy cayó al suelo, pero, por fortuna, la flecha no había penetrado en su cuerpo y enseguida se recuperó del golpe. Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y, también, claro está de sus hermanitos y del propio Peter Pan.

Procuraban no tropezarse con los terribles piratas, pero éstos, que ya habían tenido noticias de su llegada al País de Nunca Jamás, organizaron una emboscada y se llevaron prisioneros a Wendy, a Michael y a John. Para que Peter no pudiera rescatarles, el Capitán Garfio decidió envenenarle, contando para ello con la ayuda de Campanilla, quien deseaba vengarse del cariño que Peter sentía hacia Wendy. Garfio aprovechó el momento en que Peter se había dormido para verter en su vaso unas gotas de un poderosísimo veneno.

Cuando Peter Pan se despertó y se disponía a beber el agua, Campanilla, arrepentida de lo que había hecho, se lanzó contra el vaso, aunque no pudo evitar que la salpicaran unas cuantas gotas del veneno, una cantidad suficiente para matar a un ser tan diminuto como ella. Una sola cosa podía salvarla: que todos los niños creyeran en las hadas y en el poder de la fantasía. Y así es como, gracias a los niños, Campanilla se salvó. Mientras tanto, nuestros amiguitos seguían en poder de los piratas.

Ya estaban a punto de ser lanzados por la borda con los brazos atados a la espalda. Parecía que nada podía salvarles, cuando de repente, oyeron una voz: - ¡Eh, Capitán Garfio, eres un cobarde! ¡A ver si te atreves conmigo! Era Peter Pan que, alertado por Campanilla, había llegado justo a tiempo de evitarles a sus amigos una muerte cierta. Comenzaron a luchar.

De pronto, un tic-tac muy conocido por Garfio hizo que éste se estremeciera de horror. El cocodrilo estaba allí y, del susto, el Capitán Garfio dio un traspié y cayó al mar. Es muy posible que todavía hoy, si viajáis por el mar, podáis ver al Capitán Garfio nadando desesperadamente, perseguido por el infatigable cocodrilo.

El resto de los piratas no tardó en seguir el camino de su capitán y todos acabaron dándose un saludable baño de agua salada entre las risas de Peter Pan y de los demás niños. Ya era hora de volver al hogar. Peter intentó convencer a sus amigos para que se quedaran con él en el País de Nunca Jamás, pero los tres niños echaban de menos a sus padres y deseaban volver, así que Peter les llevó de nuevo a su casa. - ¡Quédate con nosotros! -pidieron los niños. - ¡Volved conmigo a mi país! -les rogó Peter Pan-.

No os hagáis mayores nunca. Aunque crezcáis, no perdáis nunca vuestra fantasía ni vuestra imaginación. De ese modo seguiremos siempre juntos. - ¡Prometido! -gritaron los tres niños mientras agitaban sus manos diciendo adiós.

Blanca Nieves y los siete enanitos




En un pais muy , muy lejano vivía una bella princesita llamada Blancanieves, que tenía una madrastra, la reina, muy vanidosa. La madrastra preguntaba a su espejo mágico y éste respondía:

Tú eres, oh reina, la más hermosa de todas las mujeres. Y fueron pasando los años. Un día la reina preguntó como siempre a su espejo mágico: - ¿Quién es la más bella? Pero esta vez el espejo contestó: - La más bella es Blancanieves.

Entonces la reina, llena de ira y de envidia, ordenó a un cazador: - Llévate a Blancanieves al bosque, mátala y como prueba de haber realizado mi encargo, tráeme en este cofre su corazón. Pero cuando llegaron al bosque el cazador sintió lástima de la inocente joven y dejó que huyera, sustituyendo su corazón por el de un jabalí.

Blancanieves, al verse sola, sintió miedo y lloró. Llorando y andando pasó la noche, hasta que, al amanecer llegó a un claro en el bosque y descubrió allí una preciosa casita. Entró sin dudarlo. Los muebles eran pequeñísimos y, sobre la mesa, había siete platitos y siete cubiertos diminutos. Subió a la alcoba, que estaba ocupada por siete camitas. La pobre Blancanieves, agotada tras caminar toda la noche por el bosque, juntó todas las camitas y al momento se quedó dormida.

Por la tarde llegaron los dueños de la casa: siete enanitos que trabajaban en unas minas y se admiraron al descubrir a Blancanieves. Entonces ella les contó su triste historia. Los enanitos suplicaron a la niña que se quedase con ellos y Blancanieves aceptó, se quedó a vivir con ellos y todos estaban felices. Mientras tanto, en el palacio, la reina volvió a preguntar al espejo: - ¿Quién es ahora la más bella? - Sigue siendo Blancanieves, que ahora vive en el bosque en la casa de los enanitos...

Furiosa y vengativa como era, la cruel madrastra se disfrazó de inocente viejecita y partió hacia la casita del bosque. Blancanieves estaba sola, pues los enanitos estaban trabajando en la mina. La malvada reina ofreció a la niña una manzana envenenada y cuando Blancanieves dio el primer bocado, cayó desmayada.

Al volver, ya de noche, los enanitos a la casa, encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, pálida y quieta, creyeron que había muerto y le construyeron una urna de cristal para que todos los animalitos del bosque pudieran despedirse de ella. En ese momento apareció un príncipe a lomos de un brioso corcel y nada más contemplar a Blancanieves quedó prendado de ella. Quiso despedirse besándola y de repente, Blancanieves volvió a la vida, pues el beso de amor que le había dado el príncipe rompió el hechizo de la malvada reina. Blancanieves se casó con el príncipe y expulsaron a la cruel reina y desde entonces todos vivieron felices.

domingo, 4 de abril de 2010

El regalo del sol para iris


Cuento  escrito por Yanett
(http://lienzosyletras.blogspot.com/)
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Iris vivía en una gran montaña, todas las tardes recogía flores entre los verdes campos.
Ella veía como el sol resplandecía sobre su montaña,
el acariciaba los cabellos dorados de Iris
y siempre jugaban juntos,
ella le regalaba las mas bonitas flores que había cortado,
entre ellas las favoritas de aquel sol,
los girasoles, la niña sabia que al sol le agradaban.
El estaba muy agradecido; una tarde Iris salio a correr por los campos
y a recoger las flores para juguetear con el sol como todas aquellas esas tardes.
Parecía que Iris nunca cambiaba, pasaban los años
y ella seguía jugando con el sol.
Sus rayos no la quemaban;
era absurdo pensar que un día los dos dejaran de jugar.
Una tarde la sorpresa fue para Iris,
el sol no apareció como de costumbre, la tarde estaba nublada,
y las nubes oscuras tapaban el amarillo sol,
ella salio a recoger sus flores y estaba feliz,
cuando no vio al sol su cara se puso triste,
y pensó que el ya no quería jugar.
No sabía que esas nubes grises tapaban a su amigo que estaba detrás,
esperándola como siempre;
ella tiro las flores de colores y quito los pétalos de los girasoles
y los esparció por todos lados.
Cuando ella volvió a su casita comenzó a llover fuertemente y al día siguiente,
donde ella tiro los pétalos, ya habían nacido nuevos girasoles.
Pero ella no lo vio por que había decidido darle un castigo a su amigo sol,
por lo que le había hecho, pero el sol la esperaba para explicarle todo.
Ella nunca llego ese día.
Al día siguiente, en el cumpleaños de la niña
el sol estaba desesperado, no sabia que regalarle!.
La pequeña ya había olvidado el incidente de aquel día
y perdonado al sol, entonces salio a recoger las flores a cantar por los campos
y a buscar a su amigo, el sol ya la esperaba
y había pactado algo con las nubes que lo habían hecho quedar mal,
para regalarle algo a Iris. ¡Se han encontrado los dos amigos
y han comenzado a juguetear,!
y comienzan a escucharse susurros, son gotas de agua.
Pero Iris y el sol continúan jugando;
el felicita a Iris y le hace un regalo, es un arco muy bonito,
y le dice este arco es para ti Iris,
y es de 7 colores es gigantesco y rodea a la montaña.
El arco de Iris es el mas hermoso de todos los colores,
Iris le ha nombrado Arco iris,
el regalo de su amigo sol.
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El gatito Leonardo



Leonardo era un gato grande, de color miel
y con rayas marrones que le cubrían todo el cuerpo.
Vivía en casa de María, que tenía 5 años,
junto a su hermanito Pablo y sus papás.
Leonardo tenía una pequeña casita en el jardín,
allí tenía una mantita con la que se protegía cuando se iba a dormir.
A Leonardo, lo que más le gustaba hacer era comer galletas.
Todos en casa de María se divertían mucho con Leonardo
pues era un gato mimoso y simpático
que les recibía en la puerta de casa con un maullido de bienvenida.
María jugaba con él cuando volvía de la escuela,
le tiraba una pelota pequeña y el gatito iba tras ella dándole con la patita.
Tengo que decirte que Leonardo era algo perezoso
y, tras un ratito de juego, bostezaba y se ponía a dormir.
A los gatos les encanta dormir, horas y horas,
casi les gusta más que comer!
Llegó el invierno, los días de lluvía y frío eran continuos.
María se resfrío y tenía fiebre por lo que no podía ir al colegio.
El médico la visitó en casa, les dijo a sus papás que la cuidaran mucho
y al cabo de una semana ya estaría curada para volver a la escuela.
Pablo se acercaba a la cama de María y le traía cuentos y galletas.
Muy despacito, Leonardo se acercaba también a la cama
y de un saltito se subía a ella para ponerse al lado de María.
Entonces maullaba y maullaba hasta que María le acariciaba la cabecita
y, sorpresa, sorpresa, le daba una galleta.
Pasaron los días y María regresó a la escuela.
Mientras tanto, Leonardo jugaba con Pablo que todavía no iba al colegio.
Pasaron los años y María creció, también
Leonardo se hizo mayor hasta que un día se puso malito.
Fue entonces cuando María y Pablo tuvieron que cuidar de él con mucho cariño,
le prepararon una camita y le dieron cada día
las vitaminas que necesitaba para mejorar.
Los dos hermanos dieron muchos mimitos a Leonardo
y también algunas galletas que el gatito recibía con un maullido de felicidad.
En poco tiempo Leonardo mejoró
y volvió a ser el mismo gato simpático de siempre,
jugando mucho, durmiendo y, como no, comiendo galletas.

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El duendecillo Tilin


En un pequeño pais viía un duendecillo, como era muy pequeñín,
todos llamaron Tilín.
Su gran ilusión era contemplar como crecían las flores de su jardín,
sus margaritas rosas y campanitas.
Un ogro muy envidioso quepasaba por allí,
quedo prendado de ellas y así dijo a Tilín:
¡Tilín!, quiero tus flores, dame todas, las quiero yo, para mi.
No puedo amigo ogro, no puedo dártelas a ti,
se morirían de pena y yo no podría vivir.
El ogro enfadado se marchó del jardín, pensando,...
¿Cómo podría coger las flores de Tilín?
Espero a llegar la noche,
Tilín dormía tranquilo en aquel bello jardín los luceros le velarían.
El ogro con gran cuidado, a las flores va,
cuando se oye en el cielo un dulce repicoteo,
son los luceros que tocan y dicen:¡Despierta TILIN!
Sobresaltado y nervioso abre los ojos Tilín,
al oír el dulce son se pregunta ¿que ocurre aquí?
El ogro no le contesta, no sabe que hacer allí,
baja la cabeza y le dice a Tilín:
Perdóname Tílín, solo quería tener algo hermoso cerca de mi.
Ven amigo ogro, ve y echate aquí, junto a mis flores
ya veras que bien te sientes, duerme y sueña feliz.
Aquella noche ideal, todos durmieron en paz.
Desde entonces el ogro a dormir,
va al jardín bello y oloroso de su amigo Tilín.
Duerme pequeño niño, este cuento es para ti
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jueves, 1 de abril de 2010

Los juegos de la abuela



L
elis era una niña que siempre que tenía vacaciones le gustaba ir a casa de su abuelita Adela en un pueblo muy cerca de la ciudad donde ella vivía.

Su abuelita, a la que Lelis llamaba de cariño "Güely", era una persona muy creativa y cariñosa a la que le gustaba hacerle juguetes con cajas, botes, tapas y muchas cosas que guardaba.

Un día del mes de agosto, cuando faltaban algunos días para el cumpleaños de Lelis, ella se encontraba en casa de su abuelita sentada junto a la ventana desde donde veía el parque, pues llovía y no podía salir a jugar.

Lelis se encontraba triste mirando la lluvia y pensando en que pronto se acabarían sus vacaciones y su abuelita la tendría que llevar de regreso a casa, cuando de repente descubrió a lo lejos, que en la fuente del parque se encontraban sus amiguitas, dos ranitas verdes y brillantes muy juguetonas que disfrutaban de la lluvia brincando de piedra en rama. Estaban tan contentas que en el rostro de Lelis se dibujó una sonrisa por el gusto de verlas jugar.

De repente, notó que las ranitas se veían y volteaban hacia todos lados como buscando algo. Lo que pasaba es que, de detrás de una nube muy oscura comenzaba a asomarse el sol y a medida que sus rayos aparecían empezaron a escuchar un llanto que se hacía cada vez más fuerte. Las ranitas se asustaron, pues por esos lugares nunca se escuchaban lamentos, siempre todo era alegría.

Comenzaron a buscar a su alrededor, entre las flores, debajo de las piedras, le preguntaron a los grillos, pero no encontraron respuestas. Decidieron trepar a los árboles y fue desde ahí donde pudieron ver que el arco iris lloraba, se lamentaba y decía:

- Ah, ya se acabó la lluvia y aquí estoy, debería estar contento pues puedo ver a mi alrededor, pero sin embargo soy muy desdichado porque quisiera andar por el mundo y conocer todos sus rincones, pero solo puede salir un rato después de la lluvia y solo si el sol me acompaña. Uaua, uaua...

Entonces, las ranitas afligidas corrieron a buscar a Lelis que asombrada las veía por la ventana. Ellas sabían que siempre que salía el sol y dejaba de llover, Lelis podía salir a jugar.

Lelis acostumbraba jugar con las ranitas, le gustaba colocarlas en el tendedero de la casa de su abuelita, hacía vibrar los cables y las ranitas se deslizaban fascinadas por ellos. Ella tenía cuidado de que no fuera siempre la misma ranita la que llegaba primero porque una vez no tuvo cuidado y entonces las ranitas se enojaron tanto entre ellas porque siempre ganaba la misma, que duraron sin salir todo un día.

En esa ocasión, Lelis tuvo que pensar en algo para divertirse. Su abuelita, al darse cuenta, le hizo unas ranitas de papel que puso en el tendedero, y cuando las ranitas se dieron cuenta de que Lelis se estaba divirtiendo tanto con sus ranas de papel y ellas se encontraban tan aburridas por pelear, le pidieron volver a jugar con ella. Las ranitas no volvieron nunca a enojarse.

Bueno, era tanto lo que convivía con las ranitas que ellas estaban seguras de que Lelis podía ayudarlas, así que fueron a contarle lo que le pasaba al arco iris. Lelis sabía también que podía contar con su abuelita así que corrió a contarle lo que las ranitas le dijeron que le pasaba al arco iris.

Su abuelita, que era muy inteligente, les dijo:

- ¡Ah! Yo sé cómo hacer que el arco iris se ponga alegre.

- ¿Cómo? - preguntaron a coro Lelis y las ranitas.

Entonces, la abuelita descolgó su abrigo del ropero donde lo guardaba y sacando el gancho les dijo:

- Con este gancho vamos a hacer un aro.

Y tomando un listón, empezó a envolver el aro hasta que todo el metal quedó cubierto. Entonces, fue a traer una tina con agua y jabón.

Metía el aro en la tina y sacaba unas burbujas enormes y entonces todos vieron con gran sorpresa que el arco iris saludaba desde las burbujas muy contento, pues volaba, aparecía y desaparecía, se metía en los rincones y se paseaba por el aire en las burbujas de jabón con una gran sonrisa. Así, haciendo burbujas, a Lelis se le pasó el día...

Al finalizar el día, y sin darse cuenta, se encontraba ya en el carro de sus abuelos, camino de regreso a su casa, diciendo adiós a todos, a sus amigas las ranas, al tendedero y hasta a la tina de jabón que había guardado en su recuerdo... las vacaciones habían terminado.

Su abuelita, al verla tan triste, le entregó una charola de metal con el dibujo de un payaso que tenía dibujado en el cuello de su traje cinco estrellas en las que la abuelita había hecho un agujero. Entonces, le dijo:

- No estés triste y pon atención - y le dio cinco canicas: una roja, otra amarilla, otra blanca, otra azul y la última, verde.

- Cada día colocarás una canica en el agujero de cada estrella pero tienes que seguir las reglas del juego.

- ¿Cuáles son las reglas? - Preguntó Lelis curiosa.

La abuelita miró a su nieta con cariño y dijo:

- Son varias. ¿Estás lista para que te las diga?

- Si, contestó rápido.

- Debes poner atención para que no se te olviden y las recuerdes.

- Ya estoy lista.

- Debes tomar la charola de los lados y moverla para hacer que las canicas se acomoden en los agujeros pero, cuidado, está prohibido agarrar con las manos las canicas para colocarlas.

- Uy, Güely, está muy fácil.

- Todavía no termino. Hay una regla más. Debes colocar sólo una canica en su lugar cada día.

- ¿Y por qué una cada día?

- Porque cuando termines de colocarlas será tu cumpleaños y yo llegaré a tu casa con un gran pastel y un regalo sorpresa.

Lelis pasó el resto del viaje de regreso a su casa muy contenta, tratando de adivinar cuál sería la sorpresa y pensando que en su cumpleaños jugaría con su abuelita alguno de los juegos que sólo su "Güely" puede inventar.

Pinocho



E
n una vieja carpintería, Geppetto, un señor amable y simpático, terminaba más un día de trabajo dando los últimos retoques de pintura a un muñeco de madera que había construído este día. Al mirarlo, pensó: ¡qué bonito me ha quedado! Y como el muñeco había sido hecho de madera de pino, Geppetto decidió llamarlo Pinocho.

Aquella noche, Geppeto se fue a dormir deseando que su muñeco fuese un niño de verdad. Siempre había deseado tener un hijo. Y al encontrarse profundamente dormido, llegó un hada buena y viendo a Pinocho tan bonito, quiso premiar al buen carpintero, dando, con su varita mágica, vida al muñeco.

Al día siguiente, cuando se despertó, Geppetto no daba crédito a sus ojos. Pinocho se movía, caminaba, se reía y hablaba como un niño de verdad, para alegría del viejo carpintero. Feliz y muy satisfecho, Geppeto mandó a Pinocho a la escuela. Quería que fuese un niño muy listo y que aprendiera muchas cosas. Le acompañó su amigo Pepito Grillo, el consejero que le había dado el hada buena.

Pero, en el camino del colegio, Pinocho se hizo amigo de dos niños muy malos, siguiendo sus travesuras, e ignorando los consejos del grillito. En lugar de ir a la escuela, Pinocho decidió seguir a sus nuevos amigos, buscando aventuras no muy buenas. Al ver esta situación, el hada buena le puso un hechizo. Por no ir a la escuela, le puso dos orejas de burro, y por portarse mal, cada vez que decía una mentira, se le crecía la nariz poniéndose colorada. Pinocho acabó reconociendo que no estaba siendo bueno, y arrepentido decidió buscar a Geppetto. Supo entonces que Geppeto, al salir en su busca por el mar, había sido tragado por una enorme ballena.

Pinocho, con la ayuda del grillito, se fue a la mar para rescatar al pobre viejecito. Cuando Pinocho estuvo frente a la ballena le pidió que le devolviese a su papá, pero la ballena abrió muy grande su boca y se lo tragó también a él. Dentro de la tripa de la ballena, Geppetto y Pinocho se reencontraron. Y se pusieran a pensar cómo salir de allí. Y gracias a Pepito Grillo encontraron una salida. Hicieron una fogata. El fuego hizo estornudar a la enorme ballena, y la balsa salió volando con sus tres tripulantes. Todos se encontraban salvados.